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Resumen
El paseo es un arte individual. Su naturaleza puede que tenga como fin —como acicate secreto—, todo lo que hay entre nosotros y la metamorfosis incesante de los paisajes rurales o urbanos, hacia la inquietud del tiempo. Ineluctablemente se convierte en un medio, principio y fin preventivo del cuidado del cuerpo, ya que, de hecho, no obedece sólo a la natural necesidad de un afán biológico, sino, en cierto modo, configura y vertebra la identidad de cada persona. Los médicos lo aconsejan. La publicidad lo afirma. Los paseantes lo confirman. El apogeo del paseo en nuestra sociedad y época posmoderna podía legitimarnos a creer que hemos ganado la partida contra las claras inclinaciones hacia la vida sedentaria en las ciu- dades. Por eso, muchas veces pasear con los pies desnudos por la playa sobre la fina arena húme- da o recalentada y con la brisa marina acariciando nuestra piel se ha erigido, esencialmente para muchos de nosotros, habitantes de ciudad, en una vía física para conservar la salud y aumentarla. Puede recordarnos nuestro origen acuático. Tal vez si evocamos prudentemente lo que podía significar en sus textos para los griegos antiguos, siempre tan familiares como extra- ños, tan cercanos como lejanos, los primeros paseos en la civilización occidental, con el fin de valorarlos adecuadamente como norma de vida que garantice el disfrute de la movilidad natural podamos transformar su arcaico significado dotándole de una ejemplar extensión metafísica1.
Andando se hace camino.
Vamos a ello, paso a paso.