Resumen
Recensión de la obra "La caza en el mundo romano", de Alicia Valmaña Ochaíta
Citas
J. Ortega y Gasset, “A «Veinte años de caza mayor» del Conde de Yebes”, en J. Ortega y Gasset, Obras completas, vol. VI, 6ª ed., Madrid, Revista de Occidente, 1964, p. 421 (el prólogo entero, del año 1942, en pp. 419-491). En el Prólogo citado (n.1), p. 426.
Sall. Cat. 4.1-2: “De manera que cuando mi espíritu descansó de las muchas miserias y peligros y resolví pasar el resto de mi vida lejos de la política, no fueron mis planes malgastar un buen descanso en la inactividad y la desidia, ni tampoco pasarme la vida aplicado a cultivar un campo o a cazar, menesteres de esclavos…” (vero agrum colundo aut venando servilibus officiis). La traducción es de B. Segura Ramos. Puede verse complementariamente J. Guillén, Vrbs Roma. Vida y costumbre de los romanos, vol. II. La vida pública³, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1986, pp. 323-324.
Cinegetico 12.1-4): “Sacarán gran provecho los que tienen afición a este ejercicio, pues procura salud a los cuerpos, perfecciona la vista y oído, retrasa la vejez y, sobre todo, educa para la guerra. En primer lugar, cuando marchen con las armas por caminos difíciles, no se rendirán, ya que soportarán las fatigas por estar acostumbrados a apresar las fieras por medio de las armas. Serán capaces, además, de acostarse en lecho duro y ser buenos centinelas del puesto asignado. En las marchas contra el enemigo, serán capaces de cumplir las órdenes transmitidas y, a la vez, de atacar, porque así cobran ellos las piezas de caza. Cuando formen en primera línea, no abandonarán la formación porque sabrán resistir. Si los enemigos huyen, perseguirán a sus contrarios con orden y seguridad en todo terreno gracias a su hábito. Si el ejército propio sufre un descalabro en terrenos frondosos, escarpados o difíciles por otro motivo, podrán salvarse ellos mismos sin deshonrar y salvar también a otros, porque la práctica del ejercicio les proporcionará un conocimiento superior” (trad. de O. Guntiñas Tuñón). En realidad, la totalidad de este párrafo 12 está dedicada a la caza como preparación óptima para la guerra.
M. von Albrecht, Historia de la literatura romana. Desde Andrónico hasta Boecio, vol. I, versión castellana por D. Estefanía y A. Pociña Pérez, Herder, Barcelona, 1997, p. 271. Sus críticas a los juegos, y sobre todo hacia los gustos macabros del populacho, interviniesen o no animales, son frecuentes en sus diálogos y cartas: v. gr., en de ira 1.2.4; de tranq. anim. 11.4-5; de brev. vit. 13.6-7; de clem. 1.25.1-2; ad Luc. 1.7; 4.37.1; 15.95.33.
Vid. P. Grimal, La civilización romana. Vida, costumbres, leyes, artes, trad. de J. de C. Serra Ràfols, Paidós, Barcelona, 1999, p. 275.
Desde que Roma entró en contacto con África, se hizo habitual la captura de grandes fieras salvajes para llevarlas a la urbe con objeto de exhibirlas ante el pueblo. Los espectadores no solo podían ver aquellos magníficos animales luchando entre sí o contra cazadores romanos, también los veían actuar como si estuvieran en sus países de origen, pues las representaciones en las venationes, que incluían reproducciones de su hábitat natural, eran muy ricas en efectos escénicos reales. Era una forma, como dice Valmaña (pp. 143-144), de mostrar la flora y fauna extranjeras, las condiciones de vida de esos animales en sus paisajes reales. El pueblo, efectivamente, desde el s. II a.C. disfrutaba enormemente de estos espectáculos. Los ediles eran quienes se encargaban de la organización de la mayoría de los ludi oficiales, y aunque eran los grandes generales (cónsules y pretores) quienes los llevaban a Roma, el pueblo esperaba de sus ediles los mejores eventos posibles. Sila fue testigo de ello cuando concurrió a unas elecciones a la pretura: “Sila pensaba que la gloria que había obtenido en las acciones de guerra era suficiente para conseguir poder político, por lo que se pasó del ejercito a la acción sobre el pueblo, se inscribió como candidato para la pretura, pero fracasó. Se le echó la culpa a la muchedumbre, pues contaban que estos sabían de la amistad de Sila con Boco y creían que si se le hacía edil, en lugar de pretor, tendrían mejores jaurías y combates de fieras africanas; eligieron a otros pretores para obligarle a tomar el cargo de edil” (Plut. Sull. 5.1, trad. de J. Cano Cuenca). Séneca (de brev. vit. 13.6) y Plinio (NH. 8.20.53) dicen que después de aquello fue el primero en ofrecer un combate de leones sueltos en el circo.
R. Rodríguez López, El huerto en la Roma antigua, Madrid, 2008. Obra que elogia Valmaña en p. 157 n. 233.
Conocida es la gran mutación económica (y moral) que se produjo en la República romana desde finales del s. III, cambio ligado a la evolución de la Guerras Púnicas y al recién estrenado dominio romano por la cuenca mediterránea que le permitiría a Roma, convertida ya en potencia talasocrática, adueñarse de un vasto territorio y una numerosísima fuerza humana que utilizar bajo la forma de esclavitud. La riqueza y la ostentación del lujo comenzaron a ser señas de identidad de la nobleza. Pero el coste personal de la contienda, con grandes bajas entre el ciudadano campesino medio (pequeño propietario y al mismo tiempo efectivo militar), fue terrible, a lo que hay que sumar la larga duración de la misma para quienes lograron regresar y el panorama desolador que encontraron a su vuelta. El resultado fue que muchos de ellos no pudieron volver a hacer rentables sus tierras de cultivo y se vieron constreñidos a venderlas. Beneficiarias de esta situación fueron las grandes familias nobiliarias que hicieron acopio de todas esas tierras, activando una nueva forma de economía latifundística en la que la mano de obra servil jugó un papel determinante. Fue el legado de Aníbal en la conocida interpretación de Arnold Toynbee (Hannibal’s Legacy). A partir de este momento, la nobleza terrateniente aprovecharía sus grandes propiedades para explorar otros recursos de rentabilidad económica en los que los animales de caza (para ayudar en la caza o ser cazados) se revelaron como una fuente de ingresos importante.
Se pregunta Valmaña (pp. 193-194) si este tipo de espacios estarían dedicados a la caza, y considera que desde la época de Varrón, si bien «todavía no se puede hablar de fincas destinadas a la caza, en el sentido actual de cotos de caza, tampoco se puede negar la posibilidad de que en muchas de ellas se practicara de manera habitual». Léanse, igualmente, las conclusiones sobre los leporarios en la obra de Varrón (pp. 274-275).
Utilizado por Columela (pp. 279-282).
Hablo de literatura y dejo al margen, claro está, otras disertaciones en forma de artículos de opinión o similares que, especialmente en los últimos años, han mostrado un fuerte rechazo a la caza como actividad deportiva y a cualquier otra acción o exhibición en las que los animales puedan sufrir acoso y daños, o ser objeto de exposición pública (corridas de toros, fiestas populares con uso de animales, actuaciones circenses, exhibición de animales en cautiverio, etc.). Pero no tiene sentido aquí entrar en ese debate que nada tiene que ver con el libro de Valmaña.
Vid. F. de P. Sánchez Zamorano, “La caza en la literatura”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, vol. 86, núm. 152, 2007, p. 49.
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